La corrala es un modelo urbano de conjunto residencial propio de la arquitectura popular y de los barrios
más
típicamente madrileños.
Para encontrar su origen hay que remontarse a finales del XVI cuando Madrid recogió el testigo de Toledo
como
capital de España. Este cambio político motivó la aparición de una fuerte corriente inmigratoria de
gente
de todo tipo que acudía a la ciudad con el propósito de mejorar sus condiciones de vida. Madrid, por
entonces,
carecía de una infraestructura económica y urbanística lo suficientemente fuerte para acoger a toda esa
remesa
de inmigrantes.
Arquitectónicamente, una corrala es una edificación que puede tomar distintas formas pero que siempre
mantiene
dos elementos centrales: el patio y el corredor o galería. La segunda mitad del siglo XIX supuso su
época
de mayor expansión; después, poco a poco, comenzaron a quedar en desuso.
Estos edificios se catalogan ahora como infraviviendas: los vecinos compartían baño, las viviendas tenían
una
superficie inferior a 30 m2, y no se encontraban en buenas condiciones higiénicas ni contaban
con ventilación.
Normalmente tenían cuatro dependencias: dos dormitorios, una cocina y un distribuidor comedor, a razón
de
6 m2 por estancia. Las frágiles estructuras de madera constituían un gran problema (ataques
de termitas,
hongos o humedades).
En su rehabilitación, se redujo el número de viviendas ampliando la superficie de las que permanecieron a
40
m2, y se incorporó un cuarto de baño en cada una de ellas. También se crearon instalaciones
generales de
agua, luz y gas, nuevos frentes de iluminación y ventilación (que anteriormente sólo procedían del
patio),
se mejoraron la fachada y el portal, y si el espacio lo permitía, se instalaron ascensores en el hueco
que
dejaba el anterior baño común.
Todas estas reformas influyeron de forma directa en la utilización del espacio, se consiguió una mayor
intimidad,
aunque se siguen escuchando las conversaciones de los vecinos, y la ropa tendida sigue ocupando el
patio.